José Gregorio Hernández Galindo
Sin duda, el excelente operativo denominado Jaque -planeado cuidadosamente, al milímetro y al segundo por el ejercito desde hace varios meses, y ejecutado el 2 de julio con éxito-, que culminó con la liberación de Ingrid Betancourt, los tres norteamericanos cautivos y 11 miembros de la fuerza pública, además de merecer el reconocimiento y felicitación que hoy están en boca de todos los colombianos, representa un golpe certero, y diríase que definitivo, a la estructura militar y a la organización de las FARC.
En este caso, las Farc han perdido valiosos elementos -los más valiosos, dentro de su ilícita concepción- de los que gozaba para presionar al gobierno y a la sociedad con miras a lograr sus oscuros fines. Entonces, el reconocido éxito del Ejército -que es el éxito del Gobierno, y también de la colectividad- constituye por contrapartida un fracaso monumental de la guerrilla; un golpe contundente a su nefasta actividad.
En efecto, el hecho de que, tras los contundentes triunfos de los últimos meses y la desaparición de varios de los jefes determinantes de la guerrilla, el secretariado de las FARC haya podido ser infiltrado por el Ejercito, para despojarlo de la ilícita posesión de personas con cuya vida y libertad negociaban, en un descarado chantaje al Estado colombiano, muestra a las claras que en el interior de esa organización subversiva impera el caos, y está, cuando menos, perpleja y desmoralizada.
En ese orden de ideas, en el transcurso de los próximos días estamos a la espera de alguna decisión, que los jefes de las FARC adopten sobre su propio futuro: lo razonable, lo lógico, lo acertado de su parte sería, a nuestro juicio, en primer lugar la liberación inmediata y sin condiciones de todos los demás secuestrados.
Y en segundo lugar, entregarse a las autoridades o buscar, previo reconocimiento de su derrota militar, un punto final negociado, pues de lo contrario sus integrantes serán abatidos, tarde o temprano, por la Fuerza Pública.
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