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sábado, 29 de marzo de 2008

BOGOTÁ, DE SUR A NORTE


Juan Pablo Hernández Martínez (*)


N. de la D.- Transcribimos a continuación el interesante escrito de Juan Pablo Hernández Martínez sobre Bogotá, D.C., a la cual se refiere el artículo 322 de la Constitución Política, reformado por el 1 de Acto Legislativo 1 de 2.000: Capital de la República y del Departamento de Cundinamarca, organizada como Distrito Capital, y con un régimen, fiscal y administrativo especial, que será determinado por la Constitución y por las leyes especiales que al efecto se dicten, así como, en últimas, por las disposiciones vigentes para los municipios.

En el difícil suelo de la sabana hace ya algunos siglos que, fundada por el español Gonzalo Jiménez de Quesada allí en donde hoy se encuentran la Catedral Primada, el Capitolio y la Plaza de Bolivar, se asentó una ciudad: la que hoy es capital de la República de Colombia, Bogotá.
En este territorio, que gracias a las bondades geográficas de su posición central determinante, a su cultura, a su gente y a su tajante faceta de ser una urbe prestadora de servicios que además administra y concentra poder, se permitió que Bogotá se convirtiera en una metrópoli, en realidad la cabeza del territorio nacional.
En los siguientes renglones expresaré de alguna manera una reflexión en desarrollo de la cual descompongo mi modo de ver a la ciudad tras haberla recorrido; expresar un concepto desde la perspectiva de un ciudadano nativo, observador y activo transeúnte, que por un día se detiene, con el único fin de observar, analizar y apreciar los componentes que, según considero, caracterizan y dan forma a este territorio como ciudad.
El recorrido se hizo en paralelo con el trazado de las vías de Transmilenio desde el sur de la Ciudad, y comienza en un punto en el que la gama de colores propios de la ciudad se acaba y se empieza a percibir la periferia. Un espacio en el que la vía se torna árida, el paramento se retrasa y las fachadas se llenan de verde y de apariencia provinciana. Orientados ya en dirección Sur – Norte y adentrándonos en la localidad de Usme, la ciudad se percibe feliz, calmada, en un movimiento sano, de evidentes bajos recursos pero de convivencia ciudadana ausente en la ciudad interior.
En este sector, los peatones transitan masivamente, casi a la par con los automóviles, es natural ver mujeres y niños solos; se percibe seguridad; la bicicleta es un transporte al que acuden gran parte de quienes habitan esta zona y el entorno lo hace posible por sus condiciones; los conductores de automóvil transitan en su mayoría con las ventanas abajo y se puede observar la disposición de las viviendas que se mezclan con el comercio en los primeros pisos de las edificaciones de máximo tres niveles. Es un sector pobre pero interesante: aspectos como el Transmilenio transmiten la idea de cambio y de progreso, pero persisten viviendas en ruina y se convive con la contaminación visual por la cantidad de vallas publicitarias y la distribución de las viviendas, que vistas desde la autopista parecen una montaña de ladrillo, por la densidad tan acentuada que distorsiona la posibilidad de distinguir vías o zonas verdes, y traduce mal planeamiento, una evidente sobrepoblación, y la sensación de desorden.
Más adelante el comercio se intensifica, los cerros enmarcan el panorama con un segundo plano que deja ver a lo lejos los altísimos edificios del Centro Internacional, y como primer plano, locales: plásticos, químicos, ferreterías, algunos locales ubicados estratégicamente en zonas dedicadas exclusivamente a la venta y mantenimiento automotriz se imponen y logran fragmentar y clasificar el espacio en zonas, que especializan el comercio y le proporcionan un orden al lugar en medio del aparente caos.
A la altura de la Calle 6 con Caracas aparece el primer edificio, y con él cambia ténuemente el espacio; las fachadas coloridas y corroídas por los vientos que vienen del nororiente de la ciudad van desapareciendo; la disposición de la ciudad se hace más abierta y predomina el ladrillo en la mayoría de las fachadas.
Ahora estamos en una zona no tan agradable: la relación del paramento con el andén es más estrecha, las ferreterías y los eléctricos se apoderan del sector y la altura de las edificaciones, a pesar de ser baja, ahora es mayor; la tendencia a vivir con un local en el primer nivel se hace menos presente y se busca dedicar el espacio exclusivamente para comercio. Hay muy pocas viviendas y el comercio es muy marcado.
El recorrido continúa y de manera muy sutil el espacio se transforma: los peatones ahora son menos y la calidad del sector es agobiante. Aumentan el tráfico, el comercio, la sensación de inseguridad, y los indigentes y las prostitutas hacen su aparición. Las viviendas parecen haberse trasladado hacia el interior del sector y ahora el contacto es directo y exclusivo con el comercio, desde vendedores ambulantes hasta anunciantes que generan contaminación tanto visual como auditiva, perturban a los individuos. Aquí la gente se ve estresada, compitiendo por avanzar y salir del estancamiento propio del lugar. Muchos locales especializados en el trabajo de la iluminación, moteles, burdeles y el comercio de mascotas, en su mayoría peces y perros caracterizan este lugar. En el horizonte y como contraste interesante, Monserrate, el cerro tutelar por excelencia, y a la vez santuario visitado en forma permanente por los feligreses católicos.
Hasta ahora lo más interesante se manifiesta en la entretenida forma en la que cada sector logra tomar un carácter especial, según sus ocupantes. Es inevitable imaginar cómo y en qué momento algún sector de la población dejó un poco de sí y personalizó el espacio involuntariamente, quizás a causa de sus tendencias laborales, políticas, religiosas, económicas o de cualquier otro índole, pero que de alguna forma repercutieron en la esencia de cada sector en particular, produciendo una involuntaria idiosincrasia en el entorno de ocupación; en donde, como dice el dicho, “todo se parece a su dueño” y no es absurdo imaginar un barrio de zapateros que no sea parecido a Chapinero, por ejemplo.
Cabe preguntarse ¿Qué aspecto, caracteriza a una ciudad como Bogotá?. ¿Qué la hace distinta al resto?. ¿Cuáles son los elementos exclusivos que hacen reconocer este territorio como la ciudad de Bogotá?
Mi percepción de la ciudad la puedo resumir con la idea de una máquina del tiempo descompuesta que nos obliga a viajar aleatoriamente a través de los años. Bogotá ostenta una cultura y tradición fragmentadas, que nos relatan la crónica de los incidentes que le han dejado huella, que han llegado a transformarla por sectores y que han configurado su tendencia a tener “un poco de todo”; cada calle, anden, fachada, monumento, constituye la determinante influencia de una ciudad que carga el peso de un país. Bogotá no es una ciudad que se pueda reconocer a simple vista como organizada, pero los metros de asfalto recorrido nos dan indicios del trasfondo de su disposición.
Con respecto a lo anterior, tengamos en cuenta que la ciudad se está renovando y que en la última década registró un proceso de desarrollo altísimo e incomparable con lo que se venía viviendo.
Llegando a la Calle 72 con Autopista nuestro recorrido se quiebra y decidimos subir hasta la carrera séptima, donde se nos presenta el mejor ejemplo para reconocer la renovación que la ciudad está generando: la intención de organizar un nuevo centro internacional con todas las características que lo componen: edificios financieros en su mayoría, grandes hoteles, agencias de viajes, oficinas, una que otra iglesia y edificios gubernamentales. En este espacio la vivienda se resguarda en lo alto de la montaña y , a pesar de sonar sofocante, es sumamente atractivo por la arquitectura que se maneja: propone una diseño en altura que se vincula con el espacio público; los andenes y el paramento se disponen armónicamente; adicionalmente la utilización de materiales que reflejan la luz en las fachadas es un detalle que destaca la faceta de metrópoli que presenta Bogotá.
Hasta ahora, el recorrido habla por sí solo: etapas de su precedente colonial, en su mayoría dedicados a la religión, por otra parte; cantidad de sectores entintados por el enorme surco de piezas que aportó el movimiento moderno, o en otra sección, las edificaciones que parecen inscritas en la actual carrera por producir arquitectura que realce el carácter cosmopolita y de centro de negocios de la capital.
Más adelante de la calle 82 hasta la 94, la ciudad cuenta con un espacio ideal de vivienda para los estratos altos; edificios en altura que se posan sobre los cerros y en cierto punto llegan a impedir el contacto visual con éstos, que hasta este momento habían sido una referencia permanente. Un espacio sumamente agradable, algo denso pero organizado y entretenido de recorrer; las grandes casas que ocupan enormes predios se mezclan con edificios de todas las alturas y componen un espacio de vivienda muy acogedor. Después, tras la momentánea ausencia de los cerros, desde la 94 y hasta la calle 100, la vía nos conduce a un encuentro frontal con los cerros, casi hasta invadirlos; es el espacio más agradable del recorrido: por un lado, la naturaleza de cerca, y del otro, edificios que parecen esconderse, regados sobre la pendiente de la ciudad. Un espacio amplio, generoso con la naturaleza, y que parece dividir la ciudad, dando lugar a una nueva etapa, o a un segundo capítulo.
Cuando pienso en la ciudad y en sus distintos sectores, mi cabeza hace una referencia no sólo a su forma material sino también a su gente. La ciudad, a pesar de ser un elemento constante, se conjuga con la población y sus transformaciones a través del tiempo; Bogotá sobrevive a las distintas generaciones y aún así se concibe idealmente como permanente. Igualmente, su gente; el contraste de la población parece darse en el tiempo, como si los habitantes de la periferia pertenecieran al pasado.
Semánticamente, el término ciudad nos permite el reconocimiento cultural de los individuos, los incluye en su definición. El tiempo ha demostrado cómo cada uno de los elementos que la componen crea inquebrantables vínculos de identidad con las personas que habitan el territorio. En el caso particular de Bogotá es casi evidente cómo los contextos históricos y culturales se reflejan en la forma de los sectores. Cada uno de sus componentes es una entidad viva, emotiva y con una personalidad y un carácter definido que la hacen especial y la diferencian de las demás ciudades.
La tradición, por ejemplo, es palpable en el bogotano y en aquellas personas a quienes la ciudad ha llegado a adoptar, pues Bogotá es una ciudad que propone la realización de los sueños y las ilusiones que motivan a gran parte de los colombianos. Es inocultable el lazo que congrega a personas de todos los rincones del país en esta ciudad. En Bogotá cada persona forastera termina formando parte de la ciudad, haciéndose un elemento bogotano y realizando así uno de los aspectos que mejor caracteriza a la ciudad: su diversidad cultural, por los distintos orígenes regionales de sus habitantes.
De la 100 hasta la 106 el espacio es aburrido desde el aspecto arquitectónico, pero trabajado de manera interesante, pues debo mencionar que todo este espacio está destinado a la administración de las fuerzas militares y los aspectos de seguridad y privacidad deben ser llevados al máximo.
Estando en la calle 116 y observando a la gente, reconocí un factor común en toda la ciudad: en Bogotá la gente, vista con ojos distantes, es inquieta, afanada, indiferente, pero a pesar de todo sumamente reflexiva, solidaria: buena, pero discreta. Esa es mi apreciación generalizada en cuanto a la gente; así imagino a los individuos cuando miro desde la ventana a la gente que camina, a los pasajeros de los buses o a los conductores de los millones de automóviles que día a día colman la capacidad de las vías, aspecto que a propósito también caracteriza a la ciudad, así como los altos índices de desempleo y delincuencia que quizás son los factores que generan en mí esta idea acerca de la personalidad del bogotano.
Aquí la Arquitectura nuevamente presenta edificios semejantes a los de la 72, pero en este sector las condiciones están aún mejor planteadas. El espacio público es sumamente generoso; adicionalmente el mobiliario acude mucho a la vegetación, aspecto que enriquece la calidad del lugar. La disposición de los edificios se extiende de manera muy generosa con el espacio público: un lugar sumamente bien trabajado que está en total armonía con el entorno.
La ciudad sigue creciendo y cambiando, pero en este tramo, desde la 127 hasta la 140, las características de la ciudad son muy homogéneas: viviendas en altura que ocupan parte de los cerros, vías amplias y mucha vegetación en las propuestas de los edificios, que ahora se cierran al espacio público y se tornan más privados, por ser edificios de vivienda.
La ciudad retoma las características del comienzo del trayecto con un inicial espacio dedicado al comercio, especialmente al de vehículos y al mantenimiento de éstos, y después casas, podría decirse “clonadas” a las del principio del recorrido. Esto, desde la calle 150 hasta el fin de nuestro periplo, dictado por la sensación de provincia que nuevamente nos hacía sentir en carretera, saliendo de la ciudad a la altura de la calle 185 con carrera 7ma; después de 2 horas y media de trayecto y alrededor de 28 kilómetros recorridos.
Haber llevado a cabo este paseo por la ciudad, observándola, me permite concluir que Bogotá es una urbe sensible y emotiva; un territorio repleto de personas orgullosas de ella, pero que reprochan cada uno de sus elementos; una sociedad inquieta, emprendedora, trabajadora y consciente de la realidad que enfrenta el país entero. Una ciudad material, llena de belleza y de peculiaridades que entretienen y cautivan a quien la quiere conocer. Acreedora de un ambiente natural envidiado por gran parte de las ciudades del mundo, pero que se asfixia con la contaminación producto del agitado ritmo de vida de los bogotanos. Una ciudad imposible de conocer en su totalidad. Un universo de maravillas que se esconden en las calles y carreras de la capital colombiana.
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(*) Informe presentado, como trabajo académico, a la Facultad de Arquitectura de la Universidad de los Andes de Bogotá.

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ABOGADO Y PROFESOR UNIVERSITARIO. EX MAGISTRADO DE LA CORTE CONSTITUCIONAL DE COLOMBIA